El siguiente texto, es resultante de un ejercicio reflexivo en torno a un caso aislado, particular y olvidado en los polvorientos legajos del archivo regional de Tarapacá, se intenta enfocar la lectura y revisión del caso en cuestión, integrando los preceptos que las ciencias sociales han construido para denominar a estos infra-individuos.
Ramón Pedraza, era el que por aquel entonces ejercía de Inspector para el departamento de trabajo, su trabajo consistía en resguardar un cantón del norte chileno, en este caso le correspondía el pequeño poblado de Huara, uno de esos pequeños refugios en medio de la pampa, los cuales se niegan a desaparecer y aún permanecen erguidos contra el tiempo.
Parte del trabajo de Ramón era: vigilar que todo marchara bien con los “arranchados” y sus debidas ocupaciones.
Se le denominaba arranchado, a todas las personas que recibían raciones de comida en “Rancho obrero”, el cual a su vez era una expresión del Estado por contraer los efectos de la crisis de 1929 sumada el devenir económico de la industria salitrera.
Entre los diversos efectos sociales que pudieron generar estas dos coyunturas, se destacan, el incremento notable de la cesantía y todo lo que ella implica: exclusión y marginación, escasez de alimento y diversos recursos necesarios para el diario acontecer.
El señor Rogelio Berton, trabajaba cavando tumbas; era el mayordomo del cementerio de Huara. Los avatares económicos de Chile en crisis, golpearon fuerte su hogar, con una esposa y cinco hijos, se vio obligado a trabajar sin salario, a cambio de recibir el alimento diario para el y su familia.
24 de diciembre de 1931.
El día de Navidad no tenia fiesta para Rogelio y su familia, por tratarse de un día festivo, en el rancho habían entregado las raciones dobles, para que los trabajadores del rancho mismo, también tuvieran la oportunidad de irse a sus hogares a descansar, dado el contexto económico, difícilmente hubieron regalos aquel día, ni mucho menos hubo una “pascua feliz para todos”.
Ramón, el cual también se encontraba en lo suyo, se vio interrumpido por la situación de que se necesitaba dar sepulcro al hijo de una familia de la zona, lamentablemente el único que podía ejercer aquella tarea era don Rogelio, por lo tanto Ramón como inspector provincial acudió donde el susodicho y le obligó que fuera inmediatamente al cementerio y solucionara el problema, ya que la familia junto al deudo, estaban esperando desde las 1 de la tarde y ya iban a dar las 3; la situación era bastante peculiar, de tal forma que el mencionado inspector se vio en la necesidad de amenazar al trabajador en condición de “peón”, con quitarle su ración alimenticia y suspender su trabajo.
En otras palabras, se exigió a Rogelio bajo el espantajo de; “de quitarme el plato de poroto para mí y mis 5 hijos más yo y mi mujer y en verdad lo hizo…”[i].
Iban a dar las 5 de la tarde y por fin se pudo solucionar el dramático suceso; el inspector del trabajo debió contactar a otra persona para que ejerciera el trabajo bajo su amenaza, en el otro extremo de la historia estaba el desafortunado ex arranchado (sin derecho a trabajar para ganarse el derecho a alimentarse a través del rancho obrero), el cual no dudo en protestar, al menos en la carta ya citada, escrita por el individuo, se hacia implícito el descontento de haber sido victima del chantaje de quien “no era su jefe” y por ende no debía obedecerlo.
La situación no se solucionó a con las manos del mencionado obrero, por lo tanto las amenazas del inspector provincial se harían efectivas, como nos señala el mismo afectado en la carta en donde “exige una explicación” congruente a su dramático acontecer, el ya mencionado inspector ante esto, respondía a su jefe de Iquique que el no “aguantaría tanta soberbia”(soberbia que dejo esperando a la familia hasta las 5 de la tarde fuera del cementerio, soberbia que le enseño al señor inspector que no todo se logra a través de intimidaciones sin sentido -al menos prefiero creer que algo aprendió de este particular hecho-), incluso resaltaba que en el fondo este desafortunado sujeto era un agitador que le hacia propaganda en contra al exigir una ración alimenticia mas contundente, por lo cual este mismo era portador de ideas subversivas.[ii]
En las letras del trabajador, se transmite la decepción de estar “viviendo tanta pobreza”[iii], situación que compartían y aún hoy siguen compartiendo, esos que viven en el “inframundo”, los que el viejo Marx llamó “lumpen”, esos que entre 1929 y 1935, llenaron las calles de puertos y ciudades, los cuales no las llenaron ni de panfletos ni reivindicaciones, si no con su mera presencia, la cual para muchos –aún hoy en día-, no aportaba en nada, para nadie, incluso para ellos mismos su presencia era un estorbo, por lo cual muchos hallaron soluciones “escape” en practicas sociales de la violencia(contra ellos mismos y contra los demás).
La carta de respuesta, debo suponer que no estaba hecha con rabia, a diferencia de la paupérrima decepción que han cargado los sectores excluidos durante años de historia y de pseudo-evolución humana y porque no proletaria. La ira del inspector se denota al recurrir a preceptos estigmatizadores como el de “agitador”, “revoltoso” y lo que es peor aun; participe de predicas subversivas, algo que al menos en Chile parece ser común, es politizar a quien establece “peros” a la orden del patrón.
El rescate critico.
El anterior ejercicio,, hecho en base de un suceso histórico que para muchos no tiene la importancia de una matanza de obreros o una guerra, pero acaso la situación de un obrero despojado de su trabajo (después de la crisis, la gente que poseía trabajo asalariado en la ciudad eran poquísimos), falto de alimento y de sustento diario para su familia, frente ala inconmovible moral de un inspector al cual no le costaba para nada derogar a un sujeto a los albores del desierto, pues dada la situación, fácilmente encontraría quien suplantara su posición.
Como primera conclusión, se puede señalar que este sujeto no deja de ser un ejemplo de los tantos muertos por la cruda división laboral que se mantiene a nivel mundial, si bien el sujeto en cuestión no dejó de existir, pero la mala broma de un personaje con poder, lo dejó sin modo de existencia o subsistencia; sin tener que comer ni como vivir, ¿acaso eso no es una muerte?
Sin posición de combate y con armadura de lagrimas, el trabajador sin sueldo no duda en desobedecer a quien no veía como jefe, demostrando y haciendo material su lazo de dependencia hacia quien le daba el sustento alimenticio, pues obedecer a quien no era su jefe, sin duda era traicionarlo.
Sin necesidad de partidos políticos ni de meta relatos, el caso anterior nos demuestra que es posible que estos sujetos que están muy por debajo de los parámetros comunes de vida, incluso de los pobres, no son participes de proyectos ni en pro ni en contra de la sociedad, pero no por eso dejan de manifestarse en la naturaleza de la resistencia diaria o el arte cotidiano de resistir; porque este arranchado al ver tan cerca el infierno, no se levanta en “soberbia” si no que en “resistencia”, este reacciona y ocupa inteligentemente su situación: de desposeído, amenazado, ultrajado a través del chantaje, para denotar la larga agonía de vivir en el extremo mas ínfimo de la división social, porque para quienes formaron y forman parte de esta denotada “infraclase”, alcanzar un trabajo que los cualifique por lo menos de obrero; es toda una utopía.
[i]Carta escrita por Rogelio Berton, cesantía (25 de Diciembre de 1931), volumen 8 Nº 37, Archivo regional de Tarapacá, fondo intendencia
[ii] Respuesta del inspector del trabajo, Ramón Blanco, sobre la denuncia de Rogelio Berton, cesantía (4 de Enero de 1932), volumen 8 Nº 38, Archivo regional de Tarapacá, fondo intendencia.
[iii] Carta escrita por Rogelio Berton, cesantía (25 de Diciembre de 1931), volumen 8 Nº 37, Archivo regional de Tarapacá, fondo intendencia